Esta mañana despertó tímido el sol. Jugaba con las nubes, tan pronto se oscurecía la arena de la playa como brillaba a modo de llama encendida la moribunda espuma en la orilla.
Ya lo había recogido todo, lo último a guardar en la mochila fue el cuaderno de escribir cuentos y poemas, cuando colgándome al hombro mi ligero equipaje ( Machado dixit), mi segunda piel, eché a andar. Pero cada paso que daba era igual que escalar el Everest. Tal vez se debiera a algún tipo de embrujo que me había hecho ser estatua en aquel lugar. Tal vez que partir siempre es morir un poco. No sin dificultad, conseguí llegar a la carretera, subir la empinada cuesta y, sin mirar atrás, dejar Playa Ilusión. Volvieron a crujir las pinochas bajo mis pies atravesando el túnel con el que los pinos abrazaban el camino; volvieron varias curvas cerradas a recordarme lo tortuoso que este era… Volvió a encogérseme el corazón, aunque, esta vez, en la partida, de repente mi cuerpo se hubiera quedado vacío.
Escuché mi voz diciendo que nunca querría salir de este lugar, aunque, nada más ser devorado por el último regate de la carretera, supe que mis ojos nunca contemplarían de nuevo aquella maravilla, ni tan siquiera girando la cabeza. Playa Ilusión ya solo habitaría en la memoria…

Bajo las estrellas o con el sol calentando la espalda, bajo la lluvia y la tormenta, durante ciento cincuenta y cuatro semanas ininterrumpidas alcé el telón de mi imaginación para construir esta columna literaria. Una y otra vez, amasé este castillo de arena que las purificadoras y imprescindibles mareas, como inexorable reloj, siempre acababan por derribar. Ciento un relatos, junto a treinta y cuatro poemas, es el frío resumen de lo que, desde hace tres años, he ido publicando en la columna literaria de Playa Ilusión.
En las más de ciento cuarenta mil palabras que componen este heterogéneo mosaico se encuentra mi pasión por la literatura, por contar historias, por desnudarme entre versos. Mi más sincero agradecimiento a Desafíos Literarios, sin la ventana por la que dejaron entrar mi pluma hubiera sido imposible llegar a tantos lectores.

Pero ha llegado la hora de decir adiós. Con lágrimas que salen directamente del corazón, he dejado la orilla del mar, las olas y la arena y me encamino hacía otros destinos, ojalá tan satisfactorios y mágicos como este que hoy abandono. El peso de la mochila que cuelgo al hombro me dice que todavía quedan dentro novelas, cuentos y poemas, que el sueño de poder mirar a los ojos del lector mientras me lee, sigue aún muy vivo. No será en Playa Ilusión, que se fundirá con los recuerdos tras este adiós; tal vez sea, por qué no, a través de la mano tendida que Desafíos Literarios ofrece a cualquiera que le guste escribir.

 

Hasta siempre.