Poema para una huída.
Madrid se convierte en papel arrugado
mientras la noche tala horas a la tarde.
No hay Estrella Polar ni Norte,
solo focos atrás y de frente,
kilometros y viajeros con prisa,
pero yo nunca quise llegar así.
Dos copas de coñac y muchos cafés
hasta que el camino se rinde en la arena,
ahí el Cantábrico, y no como tú,
antes compañera ahora recuerdo,
siempre me esperó sin moverse.
Mojo mis labios con la espuma de las olas,
son los besos que ya jamás te daré,
pero me alcanza la tormenta de estiércol,
esa en la que me ocultaste con tú adiós.
Mis brazos, a los que no te has agarrado,
que no supieron ser ramas de un olmo solitario,
querían ser aspas de molino al viento,
gigantes que vencieran en tu guerra
y no la bandera derrotada,
la hoja de otoño que son.
No alguna de las estrellas de ahí arriba
que en este amanecer ahora se apagan.
El sol por el horizonte
lanza cuchilladas a mi sombra.
Sí, llega el olor a mañana y a sal,
las risas de los niños con cubitos de arena,
los toldos, el de los helados, el de las papas,
y en la piel, el brillo del aceite.
El telón levanta el día en el Sardinero
para cabalgar el mar o para ahogarse en él.
Madrid se convierte en papel arrugado
mientras la noche tala horas a la tarde.
No hay Estrella Polar ni Norte,
solo focos atrás y de frente,
kilometros y viajeros con prisa,
pero yo nunca quise llegar así.
Dos copas de coñac y muchos cafés
hasta que el camino se rinde en la arena,
ahí el Cantábrico, y no como tú,
antes compañera ahora recuerdo,
siempre me esperó sin moverse.
Mojo mis labios con la espuma de las olas,
son los besos que ya jamás te daré,
pero me alcanza la tormenta de estiércol,
esa en la que me ocultaste con tú adiós.
Mis brazos, a los que no te has agarrado,
que no supieron ser ramas de un olmo solitario,
querían ser aspas de molino al viento,
gigantes que vencieran en tu guerra
y no la bandera derrotada,
la hoja de otoño que son.
No alguna de las estrellas de ahí arriba
que en este amanecer ahora se apagan.
El sol por el horizonte
lanza cuchilladas a mi sombra.
Sí, llega el olor a mañana y a sal,
las risas de los niños con cubitos de arena,
los toldos, el de los helados, el de las papas,
y en la piel, el brillo del aceite.
El telón levanta el día en el Sardinero
para cabalgar el mar o para ahogarse en él.
Photo by Luis Marina
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