¿Cómo hacer para que el olvido
no se instale en la memoria?
Si ésta ha madurado a fuerza de pervivir
combatiendo fantasmas feroces,
desprovista de rabias y ausencias
entre luces y vivencias reveladoras,
sin desgarros ni temores oscuros
a pesar de la persistente soledad
que no es hereje ni virtual…A veces duele.
Y es máster en descuidos y desamparos
que reclaman ufanos su potestad.
Si es tan hermoso el recuerdo rescatado
al desandar los pasos imperecederos
que permanecieron con llanto y huellas,
en el barro que los resguardó en silencio
a pesar de tantas pisadas invasoras;
cómplice de las lluvias que nutren al alma
como si supiera que un día cualquiera
volvería con mis hijas, a petición de parte,
a recorrer el patrimonio-paisaje, que hizo feliz mi niñez.
Y que ahora reencuentro bajo el árbol que aún permanece
a pesar de las furias naturales y los afanes inconscientes,
sólo para sembrar sin vértigo, en memorias más tiernas
pedacitos de un tiempo que se guardó sin dolencias.
El agua cristalina y fresca mudó de fuente y sombra
pero sigue brotando no sé por cuánto tiempo más,
dando vida a los versos, a los sueños y a la tierra.
Los pájaros andaban de paseo con sus pájaras,
bajo un sol amable en un valle sabio de frutos
que relaja mi respirar y el verso cae sin prisa.
El horizonte nos miró, y me hizo un guiño a lo lejos,
aboliendo la indiferencia con que transitamos en la rutina
coludiéndose con mi desvarío sabe bien que lo buscaré
para avistar juntos el poema que convoca futuro.
Y asirlo en pleno vuelo, a la vera del camino
o en el insomnio de la página enamorada
que desvela sin remedio los demonios.
No hay olvido, nacen años-niños.
¿Cuántos tendrán que pasar para volver?
Renacer de manera reiterada es una vocación latente
que Madre me enseñó cuando parió estos huesos necios,
alérgicos de nacimiento a la resignación,
salvoconducto postrero, seguro de vida genético,
herencia imperecedera refrendada por su saliva-cura
para las heridas futuras en el alma de un crío terco.
Soy parte del Plan Maestro, canción irrepetible…
Que el más grande alfarero moldeo para mi suela inquieta,
sé entre otras certezas que llegará cuajado y a tiempo
con su fruto maduro, oportuno y preciso,
acompañado de la luz que prodiga un norte infalible
de la estrella que un día se posó en mi camino,
con el milagro del barro renacido por sus huellas
Y la cadencia de unos pasos por los que siempre me desvivo.