Nunca hasta ahora te lo había reconocido a pesar de que tú lo sospechabas, pero todo volvió a empeorar cuando rompí con Carlos. Me convertí otra vez en esa persona triste y solitaria. Volví a perder la alegría de vivir, aunque en realidad pienso que nunca la tuve: me encerré en mí misma y me centré por completo en la literatura, pensando en que como escritora podría labrarme un futuro. Me sentía muy orgullosa de mi misma «la intelectual de la familia», me solíais llamar Raquel y tú medio en serio, medio en broma. Pero no era feliz y creo que después de todo, vosotras dos siempre lo habéis sabido. A ver, que no era una ñoña, ni entonces ni ahora. Sé de sobra que la felicidad total y absoluta no existe. Todos tenemos nuestros altos y nuestros bajos, pero lo que me pasaba era algo mucho más profundo que la simple molestia de tener que hacer frente a los contratiempos del día a día. Me sentía vacía por dentro. Es algo que me ha ocurrido durante tanto tiempo que no sabría precisar. Y cuanto más me aumentaba la sensación de vacío interior, cuanto más vértigo me daba, más perseveraba en esa actitud de autosuficiencia que nos ha hecho mucho daño a las tres. Ya sabes pues cuál fue el momento preciso en el que retomé el camino que me condujo a esta espiral descendente de la que ahora intento salir con todas mis fuerzas.
Yo seguía haciendo mi vida como si nada ocurriera. Salía con mis amigos y en apariencia me divertía con ellos, hacía gala de mis dotes de buena conversadora, se reían con mis ocurrencias. Los engañaba a ellos y me engañaba a mí misma: de verdad que no podía sentirme más desgraciada. Si un amigo o amiga pasaba por un mal momento me buscaba para llorar sobre mi hombro, ya que siempre tuve un don para saber cuándo y cómo consolar a los demás o simplemente escuchar de manera discreta y con una cremallera en los labios si era lo que la ocasión requería. Sin embargo, yo no nunca he sabido pedir ayuda, jamás he buscado un hombro en el que consolarme. Hasta ahora siempre había pensado que yo sola me bastaba me bastaba para lo bueno y lo malo. De manera especial para lo malo. Éramos yo y mis problemas; yo y mis desgracias; yo y mis neuras. Yo, yo y siempre yo.
A veces, al quedarme sola por las noches, en ese ratito en que el sueño se resistía a su obligación cotidiana de visitarme, no me sentía a gusto conmigo misma y comenzaba a hacerme preguntas existenciales a la mayoría de las cuales aún no les he encontrado una respuesta que me satisfaga por completo. Entonces creía que no había soledad más grande que una noche de insomnio, pero estaba equivocada, porque la noche termina por pasar y al final llega un nuevo día cargado de esperanza. Sin embargo, la vida es larga y cuando te empeñas en poner una barrera entre tú y los demás, la soledad te envuelve con un abrazo infinito. ¿Crees que ya es tarde para poner también remedio a eso?
Pero estoy divagando, volvamos al tema que nos ocupa: la historia de mi vida, en la que tú y Raquel también sois elementos fundamentales.